Que hay malestar y preocupación en la Iglesia, es cosa que nadie pone en duda. Y hay motivos abundantes para el malestar y la preocupación.
No voy a repetir lo que todos sabemos. Lo que quiero plantear, en esta breve reflexión, es una sola pregunta que, según creo, va directamente al fondo del problema.¿Qué es lo que más nos interesa y nos preocupa: la “religión” o el “Evangelio”?
Para responder a esta cuestión, que nadie me venga diciendo: “A fin de cuentas, lo mismo da lo uno que lo otro”.
No. De ninguna manera. No da igual. Si a Jesús lo condenó a muerte el Sanedrín (Jn 11, 47-53), el Consejo Supremo de los Sacerdotes del Templo (Mt 26, 59-66 par), de forma que ellos fueron quienes forzaron al Pilatos para que Jesús muriera de la peor manera que se podía morir en el Imperio, como un delincuente peligroso (Jn 19, 9-16 par), ¿no podemos (y debemos) preguntarnos si a Jesús lo mató la religión?
Más aún (y aquí tocamos lo más fuerte), si Jesús llegó a morir de esta manera, este final se produjo porque su predicación, su conducta, su forma de vida fue un continuo enfrentamiento con los sacerdotes, los maestros de la Ley y los más escrupulosos observantes de la religión, los fariseos. A lo que se vino a sumar el acto provocador del Templo, cuando Jesús, látigo en mano, expulsó del lugar sagrado a todos los que allí negociaban, llegando a decir que aquello era una “cueva de bandidos”.
Lo más torpe y grave, que ha hecho la Iglesia, ha sido convertir el Evangelio en un acto, un componente más, de la religión. Si la religión mató a Jesús, ¿cómo podemos decir tranquilamente que Jesús fundó una religión?
Entonces, si Jesús no fundó ninguna religión, ¿qué es lo que nos dijo y nos dejó? Jesús nos dejó el Evangelio, que es “un proyecto de vida”.
Pero entonces, ¿dónde y en qué está la diferencia entre la “religión” y el “Evangelio”? Si respondemos sin miedo, llegando hasta el fondo del asunto, la cosa está clara: la “religión” tiene su razón de ser en la “necesidad” del propio sujeto, mientras que el “Evangelio” se explica a partir de la “generosidad” hacia los demás. Son dos fuerzas, dos razones de ser, dos dinamismos, literalmente contradictorios.
La religión brota de la necesidad. Todos necesitamos, de una manera o de otra, por un motivo o por otro, liberarnos de sentimientos de culpa. Necesitamos superar el miedo que nos acosa por tantos motivos. Necesitamos respuesta a muchas preguntas para las que no encontramos respuesta. Necesitamos seguridad. Necesitamos esperanza, para esta vida y para después de la muerte. Necesitamos ayuda en la enfermedad, en los apuros que acarrea la vida, la soledad, el desengaño, etc, etc. Y todos buscamos respuesta a la necesidad. Sobre todo, necesitamos cariño. Es en la necesidad, que acosa al ser humano, donde tiene su origen la religión.
El Evangelio es lo opuesto a la propia necesidad. Porque es la respuesta, que brota de la generosidad, a las necesidades de los demás. Por eso, Jesús nos presenta un proyecto de vida, que consiste en remediar las necesidades que sienten y viven los demás. Según los evangelios, Jesús lo centró todo en curar a los enfermos, compartir la comida con los demás, y procurar (a toda costa) las mejores relaciones humanas, centradas en la bondad y el cariño a los demás. Con todo lo que esto supone de plantar cara (y hasta la vida misma) a quienes van por la vida agrediendo la dignidad y los derechos de los otros, sea cual sea su nacionalidad, su religión o su conducta.
Hablando con claridad y sin miedo: la Iglesia se ha salido del camino que la trazó Jesús. Lo que la gente ve en la Iglesia es “religión”. ¿”Evangelio”? Hay personas de Iglesia y gente buena que lo vive, quizá sin saber que lo que vive es el Evangelio. Pero es chocante que, cuando aparece un Papa, como el que ahora tenemos, el papa Francisco, en su misma casa, en el Vaticano, y por todo el mundo, sobre todo entre clérigos y gente de Iglesia, hay demasiada gente que no soporta a este Papa. Prefieren la religión, su pompa y su boato. Y así nos va. Dando motivos a la confusión, en unos. Y al desconcierto o al desinterés, en una notable mayoría.
¿No sería lo más apremiante ponernos a pensar y analizar si el fondo de todos los males es que hemos puesto la religión en el puesto que tendría que ocupar el Evangelio?
JOSÉ Mª CASTILLO
(*) José Maria Castilho é teólogo, nascido na província dde Grabada, Espanhol. Autor de diversas obras, incluindo o livro La humanidade de Dios, Editora Trotta, 2012.