El año que termina ha sido fecundo en efemérides de colegas y entrañables amigos teólogos. Hemos celebrado el centenario del nacimiento de Raimon Panikkar, los 90 años de Gustavo Gutiérrez, de Hans Küng, de Pedro Casaldàliga y de Johan Baptist Metz, y los 80 años de Jon Sobrino y de Leonardo Boff. En mi blog amerindiaenlared.org he dedicado varios artículos a Panikkar, Casaldàliga, Sobrino y Boff.
Ahora publico el primero de los artículos dedicados a Hans Küng, una de las figuras más relevantes de la teología cristiana del siglo XX, que, con su extensa y rigurosa obra elaborada ininterrumpidamente durante más de sesenta años de actividad docente e investigadora, ha ejercido una significativa influencia en el panorama religioso mundial. Es la expresión de mi reconocimiento, sintonía y amistad.
La teología de Hans Küng es, sin duda, una de las más sólidas y creativas de la segunda mitad del siglo XX y del siglo XXI. Se caracteriza por la búsqueda de la identidad cristiana en diálogo con otras identidades religiosas y culturales a la luz de la conciencia crítica de la Modernidad, por el cuestionamiento de las instituciones eclesiásticas desde una rigurosa fundamentación histórica, filosófica y teológico-bíblica, por la crítica de los dogmatismos y fundamentalismos religiosos, por el trabajo ecuménico a favor de la reconciliación entre las iglesias cristianas en el seguimiento de Jesús de Nazaret y la fidelidad evangélica, por el diálogo entre las religiones como contribución necesaria a la paz en el mundo, por la construcción de una ética mundial en tiempos de globalización, por la sensibilidad hacia las inquietudes de los hombres y mujeres de nuestro tiempo y por su ubicación en la frontera con lealtad crítica a la Iglesia católica .
Convergencias entre catolicismo y protestantismo
Su tesis doctoral sobre la doctrina de la justificación en la obra de su compatriota el teólogo evangélico suizo Karl Barth (La justificación. Doctrina de Karl Barth y una interpretación católica, Editorial Estela, Barcelona, 1967) constituye el horizonte ecuménico en el que va a moverse su trabajo teológico y marca un hito en la teología ecuménica. En ella intenta demostrar la coincidencia entre la doctrina de la justificación de Barth y la católica en sus elementos fundamentales.
El propio teólogo suizo reconocía que la exposición de Küng respondía en lo esencial a su reflexión sobre la justificación y que le había interpretado correctamente: “Usted me hace decir lo que yo digo y yo pienso como usted me hace hablar”, comenta Barh en “Una carta al autor”, fechada el 31 de enero de 1957, cuando Küng tenía 28 años. (La diferencia de edad entre ambos es de 42 años: Barth nació en 1886; Küng, en 1928).
Tras leer el libro de Küng –yo lo hice en 1970 y sigo leyéndolo casi cincuenta años después-, uno no puede menos que preguntarse con R. Muñoz Palacios si todas las guerras de religión, las luchas teológicas, los enfrentamientos y las divisiones entre católicos y protestantes no habían sido un inmenso error. La respuesta tiene que ser afirmativa. El problema es que las guerras religiosas siguen produciéndose.
El papa, ¿infalible?
En la década de los sesenta y principios de los setenta, Küng se centró en temas eclesiológicos como el ecumenismo, el Concilio Vaticano II, la Iglesia y la infalibilidad, siempre en clave ecuménica, que adquirió carácter académico con la creación del Instituto de Investigaciones Ecuménicas en la universidad de Tubinga, del que fue director. Tres son las principales obras de este período: Estructuras de la Iglesia, La Iglesia –fue el tratado de eclesiología que yo estudié- e ¿Infalible? Una pregunta. Elabora una eclesiología crítica a partir del Evangelio y bajo la inspiración del Concilio Vaticano II. Aborda la “esencia” de la Iglesia en su forma histórica mutable. Parte de la Iglesia real encarnada en el mundo, y no de una Iglesia ideal que se encuentre en las abstractas esferas de la teoría teológica.
Con honestidad teológica y lucidez intelectual se pregunta si la Iglesia puede apelar razonablemente a Jesús de Nazaret y si está fundada en su Evangelio. Su respuesta es que entre Cristo y la Iglesia no se da una compenetración física y necesaria, sino una unidad peculiar: unidad en la dualidad y dualidad en la unidad; unidad como dinamismo histórico y no como estatismo ontológico. La Iglesia no se encuentra al mismo nivel que el reino de Dios, sino bajo el reino de Dios y a su servicio. La índole carismática no es algo accidental en la Iglesia, sino que forma parte de su estructura fundamental.
En su obra La Iglesia católica Küng avanza algunas líneas de futuro por las que habrán de caminar las iglesias cristianas. Deben enraizarse en el Evangelio, en el movimiento de Jesús de Nazaret y en los orígenes cristianos, que es donde se encuentra su inspiración más auténtica. No pueden depender de modelos organizativos jerárquico-patriarcales del pasado, que excluyen a las mujeres de los ministerios y de las funciones directivas en las iglesias en razón de su sexo. En continuidad con Küng, creo que las iglesias deben reconocer a las mujeres como sujetos morales, eclesiales y teológicas, y a partir de ahí desarrollar una reflexión teológica desde la perspectiva de género, que no justifica la lucha de las mujeres contra los varones ni la de éstos contra aquéllas, sino que es inclusiva de hombres y mujeres.
La unidad de las iglesias cristianas no se logra con el retorno de una iglesia a otra o con la salida de una hacia la otra, y menos aún con la sumisión de una iglesia a la otra, sino a través del retorno por ambas partes, la mutua aceptación, la comunión en un dar y recibir recíprocos, y, en definitiva, de la conversión de todas a Cristo y su mensaje.
Una de las cuestiones más problemáticas y conflictivas de las tratadas por Küng es la infalibilidad del Papa, que divide a la cristiandad –incluso dentro de la Iglesia católica-y que, desde que se produjo la Reforma protestante, espera una respuesta de la teología católica. Küng aborda esta cuestión de manera sistemática, con profundidad teológica, rigor histórico y fundamentación exegética, pero sin hablar ex cátedra. Lo que Küng se pregunta es si “la infalibilidad de la Iglesia necesita proposiciones infalibles”.
Ateniéndose a la filosofía del lenguaje establece una serie de principios que deben aplicarse también a las distintas proposiciones de fe, cuales son las fórmulas de fe, los símbolos de la fe y las definiciones de fe. Ninguna de ellas está exenta de seguir las leyes que rigen todo tipo de proposiciones y todas ellas participan del carácter problemático de las proposiciones humanas.
Las proposiciones van a la zaga de la realidad; son equívocas; sólo pueden traducirse condicionalmente; están en movimiento; propenden a las ideologías. La teología debe tomar en serio la dialéctica de verdad y error, si no quiere caer en el dogmatismo, el juridicismo, el autoritarismo, el formalismo, el objetivismo y el positivismo.
Y para confirmarlo apela a la historia, siguiendo las investigaciones del teólogo francés Yves Marie Congar (1904-1995) –con quien coincidió como asesor en el concilio Vaticano II (1962-1965)- sobre la Iglesia en la Edad Media, marcada como estuvo por el absolutismo papal. Durante esa época se admite en general que el Papa puede errar y caer en la herejía. Lo que se enseña es la indefectibilidad de la Iglesia, no la infalibilidad del Papa. Durante las épocas oscuras del cristianismo la indefectibilidad de la Iglesia no se manifestó precisamente en la jerarquía, ni siquiera en la teología, tampoco entre los poderosos, sino entre los humildes, entre numerosos cristianos la mayoría de las veces desconocidos que escucharon el mensaje del Evangelio y vivieron conforme a él.
¿Hans Küng contra el papado? No exactamente. Escribe en su libro La Iglesia católica: “Defiendo el papado para la Iglesia católica, pero al mismo tiempo reclamo infatigablemente una reforma radical de acuerdo con ,los criterios del Evangelio” (Mondadori, Barcelona, 2002, p. 14).
Juan José Tamayo
Director de la Cátedra de Teología “Ignacio Ellacuría. Universidad Carlos III de Madrid